Pataz una tierra donde la seguridad, es casi una quimera, una ilusión. Un lugar donde los derechos humanos son una moneda al aire. Una zona alejada del control de las autoridades, ubicada a más de 500 kilómetros de Trujillo, en las montañas de La Libertad. Llegar a esta difícil zona requiere más de 14 horas en autobús desde la capital liberteña.
Y es que, la codicia por el oro convierte a Pataz en un infierno de crimen, violencia y corrupción. Allí, los peores elementos criminales de la región trabajan con impunidad, dispuestos a no detenerse ante nada para apoderarse de este precioso mineral.

Aunque recibe sólo $ 50 millones al año para albergar a las tres empresas mineras más grandes del país (Poderosa, Aurífera Retamas y Consorcio Horizonte), Pataz no tiene buenas carreteras. Las comisarías de policía más cercanas están a 45 minutos en las localidades de Chagual y Vijus, lo que dificulta obtener una respuesta rápida de las autoridades.
El fraccionamiento ha creado un ambiente plagado de criminalidad, y las autoridades admiten que Pataz se ha convertido en una zona de guerra.
El conflicto actual en Pataz comenzó hace aproximadamente una década cuando los mineros se enfrentaron entre sí, algunos de los cuales contrataron pandillas para proteger su sociedad opresiva.
Inicialmente, estas fuerzas de seguridad eran relacionados con La Jauría, una de las bandas sanguinarias de Trujillo. Sin embargo, este grupo criminal pronto se apoderó del valioso negocio del oro y comenzó a luchar por el control de las minas.
Hoy en Pataz hay cinco pandillas sueltas: entre ellas están las de Pulpos, Ochenta, Malditos de Río Seco y Gato Coté. Todos fueron acusados de delitos como hurto, minería ilegal y tráfico de drogas.
«Tenemos luz en la zona. Los mineros ilegales quieren que las poderosas empresas mineras abandonen la zona, dejándolas explotar por su cuenta. Los dos últimos ataques están conectados. «Mineros ilegales unen fuerzas con terroristas», comentó el general PNP Augusto Ríos Tiravanti.

Además de estos terroristas, las autoridades también revelaron que la principal organización terrorista de Venezuela «Tren Aragua» ha extendido sus tentáculos a América Latina y también está operando en la región. La temprana desaparición del ingeniero, Jefferson Hilario Arteaga, de 26 años, revela los pasajes más oscuros que una persona puede padecer en Pataz. El profesional minero de Poderosa desapareció el 27 de junio y no se ha vuelto a saber de él desde entonces.
Una investigación independiente reveló que más de 80 cuerpos fueron enterrados en la zona de Pataz, según propias palabras de Lánder Ávalos, primo de Jefferson. Ante ello, se debe tomar en cuenta algo muy macabro: a diario, los enfrentamientos entre bandas mineras ilegales dejan tres o cuatro muertos y sus cuerpos escondidos bajo la basura o arrojados en lugares inaccesibles. De terror.
Si ampliamos nuestro panorama, la situación en Pataz es similar a los problemas que enfrenta Ecuador, donde la violencia y la minería ilegal han aumentado increíblemente. La demanda de oro y la introducción de organizaciones criminales han destruido casi 1,600 hectáreas de selva amazónica en los últimos cinco años.

En líneas generales, Pataz se ha convertido en una zona de corrupción; las pandillas compiten despiadadamente por el oro, no hay estado de derecho y la vida no tiene valor. A medida que crece la frustración pública, las autoridades locales continúan lidiando con el problema, ya que la policía estatal carece de recursos para enfrentar el crimen local. La codicia por el oro se ha convertido en una maldición que trasciende las fronteras nacionales y amenaza la estabilidad regional.