El fútbol peruano no es una fábrica de cracks. Por eso es tan doloroso cuando un jugador con potencial se ciega ante el primer flash. Y tan costoso para una selección que, pese a tener intacto el sueño Qatar 2022, busca oro entre escombros. Son las dos orillas: hay muchachos mediáticos desde la primera foto, y hay otros, acaso menos perseguidos, que crecen en el silencio. Sin prensa. O mejor, entregan mensajes sin pirotecnia. De estos últimos, el mejor ejemplo en la selección es arquero y capitán, acaba de batir un récord con su club en EE.UU. y se llama Pedro Gallese.
No es un chiquillo, pero sí fue un ‘jotita’, es decir, un arquero que con 15 años clasificó al Mundial Sub 17 de Corea y, en su condición de tercer portero detrás de Hermoza y Ulloa, fue llevado a la copa “para fortalecer su crecimiento”. Así lo veía ‘Jota Jota’ Oré, que lo conocía del desaparecido Club Real y había detectado en él una virtud cara: su inteligente perfil bajo.
En casa nunca faltaba, pero tampoco sobraba. La familia Gallese Quiroz tenía que hacer magia y multiplicar los billetes –los peruanos que vivimos en los 80 somos expertos– para acompañar el sueño del hijo futbolista. Piero, para los amigos, el nombre que quería mamá para él. Era la época en que todavía jugaba a ser delantero, era el más alto de Malambito, en Barranco, y hacía goles. “No me alcanzaba el dinero, así que le compré unos chimpunes sencillos. No eran de marca. Pedro me pidió que sean negros para poder sacarles brillo con betún. Los cuidaba como oro”, me dijo Tatiana Quiroz, la mamá, en los días felices rumbo a Rusia 2018, cuando de pronto la súbita fama las alcanzó a ellas, y más niños en RENIEC se firmaban con los nombres de Jefferson o José Paolo. Lo recordaba con el tono de quien sale del cine y todavía no cree lo increíble de la película.
—¿Usted quería que sea arquero?
—Nooo. Yo no quería. Tenía mucho miedo de que salte, se golpee y se lesione mi hijito [sic]. Después hablé con él y me dijo: “Mamá, confía en mí”. Y yo confié.
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Su primer mundial, entonces, fue Corea y no Rusia, pero allí, al lado de otros nombres que arrastraban periodistas como en manada, aprendió los primeros secretos del puesto. “Yo creo que allí –explica Erick Osores, periodista de América y rostro de ESPN– consolidó modales de portero en altísima competencia. No es lo mismo entrenarse a diario en Videna que estar expuesto en un mundial, así sea de menores”. Quizá como un cable a tierra, quizá solo por afición, desde entonces, Pedro Gallese guarda todas las camisetas que ha vestido en su carrera. “Sí. Desde que fue al Mundial de Corea con la Sub 17 las tiene todas –recuerda Tatiana Quiroz–. Una tarde, mientras estaba arreglando sus cosas, le pregunté si podía regalarlas a algún amigo. Saltó de la cama y me dijo: “Estás loca, mamá. Eso es para ti. Son mis camisetas del mundial. Cuando vuelva a jugar uno las vamos a querer mucho más”.
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A la vuelta de su primera experiencia mundialista, en 2007, y cuando otros muchachos dejaban que los graben tomando desayuno, aceptó la recomendación menos popular: fichar por la Universidad San Martín, el club sin hinchas radicales y el que, sin duda, ofrece el mejor sistema para formar jugadores. Hizo todas las categorías que le faltaban ahí. Y aunque casi no atajó, salvo en su último año en el equipo santo, tuvo dos buenos maestros: el ‘Chino’ Rivera en el banco y Leao Butrón en los entrenamientos. De hecho, este último dijo hace unos meses una frase para epitafio: “Para mí, Pedro Gallese es el mejor arquero de la historia”. Y hasta sus haters tuvieron que decir que sí.
Su fichaje por Aurich 2015, de Roberto Mosquera, cuando ya no era una promesa, solo ratificó una línea de carrera: no fue a Alianza, Cristal o la ‘U’, los clubes perseguidos hasta el baño por legiones de reporteros. Se fue a Chiclayo, 770 kilómetros al norte de Lima, y muchos más de la excesiva curiosidad y sobreprotección. El llamado para ser titular en la selección de Gareca, en Eliminatorias y Copa América 2016, fue la consecuencia de 45 partidos en torneos locales 2015-2016 a un nivel claramente mejor que el de sus competidores. Si Raúl Fernández volvió a Lima y Salomón Libman se estancó al ritmo de su equipo, Gallese viajó a Estados Unidos y en una notable curva ascendente, pasó de ser suplente a exportable: se fue a Veracruz de México. Hoy milita en el Orlando City americano, donde no solo juega 23 partidos promedio por año (24 en 2020, 23 en 2021), sino que acaba de marcar un récord en la liga de ese país: 13 encuentros, 1.170 minutos sin recibir un gol. La clave la explica al sitio Infobae el venezolano César Baena, su preparador de arqueros, con una frase que hace eco de lo que se piensa de él en Videna: “Cada día se ve mejor, más maduro, con más jerarquía y eso lógicamente se debe a su manera de trabajar y su concentración”. En noviembre 2021 tuvo ya un primer premio a esa constancia: fue nominado por la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (IFFHS) entre los 21 candidatos a mejor arquero del mundo.
En la selección no hay dudas: si Ramos es el hombre que da pautas de vestuario y lleva la música, o Carrillo es el encargado de los live en Instagram, o Tapia maneja el grupo de WhatsApp de Perú, Pedro Gallese es el capitán del presente, el líder positivo que ha tomado la posta de Paolo Guerrero y que, en este tramo final de las Eliminatorias, tiene la responsabilidad de llevar la cinta que ya una vez llevó Héctor Chumpitaz. A otros se les cae el brazo. Un brazalete que distingue y que solo puede llevar uno. En este caso, el rey de los Unos.
Cuando se acusa a los medios de sobreexposición, solo se ataca a un responsable y se olvida –con ironía– que existe otro personaje en la historia. Se olvida que si bien los futbolistas de hoy son acondicionados para ser robots, también se prepara la mente, con ejercicios tan sencillos como un mejor entorno, paz familiar, decisiones saludables. Eso también se entrena. “El grupo sabe afrontar estos partidos”, dijo Piero apenas pisó el Jorge Chávez, y volvió a repetir lo mismo tras el 1-0 en Uruguay, con polémica de VAR incluida tras remate milagroso de Trauco. Un mantra para repetir. Para jugar al fútbol –aunque no parezca– se patea con la cabeza y se piensa con los pies.
Fuente: Diario El Comercio