En el Bicentenario en el Perú hay que observar el desarrollo de las artes a lo largo de la historia, sin embargo, no se puede dejar de hablar la cultura sin abordar las diferencias de desarrollo, atención y exhibición enmarcadas en su mayoría por la centralización. El cine peruano pertenece a una de esas ramas, aunque su esfuerzo por llegar cada vez más lejos hoy es alimentado por el creciente interés de su público principal: los peruanos que buscan ver un país diverso reflejado en la pantalla grande.
Según relata Ricardo Bedoya en la revista nacional “Libros y artes”, edición del 2016, el cine llegó a nuestro país el sábado 2 de enero de 1897, fecha de la que data la primera función pública proyectada en Lima, durante el gobierno de Nicolás de Piérola. Los ciudadanos que presenciaron esas imágenes en movimiento fueron sobrevivientes de la Guerra del Pacífico, época en la que se sufrió la mayor crisis en la historia desde la independencia en 1821.

En 1913, específicamente el 14 de abril, se estrenó la primera película peruana de ficción titulada “Negocio al agua”. Se trataba de una comedia dividida en cinco partes, dirigida por Jorge Goitizolo y producida por la Empresa del Cinema Teatro, las tomas mostraban distintos lugares del distrito de Barranco, donde se situaba la alta sociedad en ese entonces. El periodista y escritor Federico Blume y Corbacho estuvo detrás de la narrativa argumental.
Armando Robles Godoy, Francisco Lombardi, Augusto Tamayo San Román, el grupo Chaski, Alberto Durant, Federico García Hurtado, Nora de Izcue, Felipe Degregori, Danny Gavidia y muchos más cineastas iniciaron sus labores en el siglo XX, periodo de tiempo en el que el cine peruano fundamenta sus comienzos para dar origen a una industria que tendría un crecimiento lento hasta la actualidad, ya sea con más o menos alcance frente la posibilidad de acceso tecnológico, la educación superior y la presencia del Estado peruano.
¿Cómo se expandió la maravilla fílmica por el resto del Perú? La geografía peruana (una filmación que incluía a Camino de La Oroya y Chanchamayo) se proyecta por primera vez en 1899, en el Teatro Politeama de Lima. Por otro lado, no se tienen registros exactos del momento en que el cine llegan a todas las regiones del país, solo de algunas, y muchas de estas las más importantes exponentes dentro del cine regional. Por ejemplo, en Iquitos se realiza por primera vez una función en la Casa de Fierro en 1900.

Emilio Bustamante, crítico de cine y guionista de la Universidad de Lima, señala en su libro “Las miradas múltiples: El cine regional peruano. Tomo I” que desde 1996, mismo año en que se filmó el largometraje “Lagrimas de fuego”, se ha desarrollado de forma continua el cine regional en el Perú, logrando así sobrepasar un número de 150 largometrajes hasta el 2017. En los últimos cuatro años, logra superar esta cifra con el lanzamiento de nuevos títulos a nivel nacional.
El escritor peruano describe dos distinciones en la rama del séptimo arte desarrollada fuera de Lima y Callao: el primero inspirado en el horror y acción de Hollywood, las artes marciales de Hong Kong y melodramas de la India, que obtiene una exhibición comercial (multicines) e itinerante iniciada en las capitales de cada región; y el segundo, con un corte de autor y más moderno que llega a provincias a través de salas municipales, comunales, escuelas, al aire libre, etc.
Es decir, fuera de la capital, podemos visualizar un desarrollo audiovisual con diferentes expresiones narrativas y de formato en Ayacucho, Puno, Junín y Cajamarca –en estas zonas mayormente con el auge del género del horror– y también en Áncash, Arequipa, Apurímac, Cusco, Huancavelica, Huánuco, La Libertad, Lambayeque, Loreto, Pasco, Piura, San Martín, Tacna y Ucayali.
La difusión del cine peruano en festivales

En 1996, se fundó el Festival de Cine de Lima, un espacio dedicado a disfrutar el cine latinoamericano con un pequeño encuentro con un número limitado de películas de cineastas peruanos y Latinoamérica. Del 19 al 29 de agosto de este año, se llevará a cabo una nueva edición que celebra los 25 años del festival más reconocido del Perú con sede principal en la capital. ¿Cómo se ha transformado para reconocer la diversidad de miradas cinematográficas?
“Hace 10 años o más, a la mitad del festival, se vio la necesidad de ampliar porque creciendo la producción nacional en el Perú”, comenta Marco Mühletaler, director del FCL. “Ese es un fenómeno de los últimos 10 o 12 años, y con el crecimiento de la producción de cine en Lima y regiones, en el Perú, vimos la necesidad de ir ampliando secciones en el festival que puedan acoger a películas”.
En una competencia compuesta por 15 a 18 películas en la categoría de ficción y 12 a 15 en la selección de documentales, consideraban imposible mostrar toda la oferta nacional completa. Por esa razón, crean “Hecho en el Perú”, una sección que, de acuerdo explica Mühletaler, tiene la finalidad de abrir otros espacios y “es competitiva en la medida que compite por el premio del público, por Mejor película peruana y otros premios”.
“No hacemos ahí distinción de lo que está producido en regiones y no, es una mirada absolutamente amplia para el cine peruano”, detalla y agrega que, desde el 2018, también se incluyó una sección adicional para poner un “énfasis especial” en el cine regional. “A través más de una mirada retrospectiva y dando acceso al público de acercarse a películas que no habían podido ver de otra manera, y favorecer el encuentro entre cineastas de regiones, de Lima y latinoamericanos”.

Marco Mühletaler confirma la existencia de un “fenómeno interesantísimo sobre el cine producido en regiones”, debido a la gran acogida que tiene entre los asistentes del festival. “Las primeras películas que se agotan son las películas peruanas y eso es algo que no pasaba antes. […] Hay un interés por nuestro cine por nuestro cine y nuestras historias, pero no solamente a nivel local, sino a nivel regional y mundial”, estima.
La pasada edición del Festival de Cine de Lima, organizada en el 2020, tuvo tres largometrajes nacionales en competencia que reflejaban las distintas miradas en el cine peruano: “Samichay, en busca de la felicidad”, “Manco Cápac” y “La restauración”. Al ser consultado por este grupo interesante de películas, su director admite que a veces ocurre una selección que “adquiere una lógica y narrativa propia”, pero niega que haya un criterio de selección, ya que solo se busca la mejor película en la cosecha del año. “[Queremos] una narrativa más abierta y diversidad”, afirma.
Rolando Salazar, cofundador y director del OutfestPerú –dedicado a una temática LGTBQ–, cuenta que el festival se inició en el 2004 de una forma muy amateur. Actualmente, se ha convertido en uno de los más importantes que refleja la diversidad cultural, sexual y de género en nuestro país. A pesar de que solo han sido sede de estreno de una película peruana (“Miss Amazonas”, de Rafael León), son una ventana abierta a un buen número de cortometrajes, a nivel nacional y del mundo, que va en aumento cada año por el interés de más cineastas.

Hasta el 2013, no recibían ningún corto, por lo que, en estos últimos ocho años ha crecido la llegada de sus convocatorias para el Perú y otros países; la oferta se incrementó a tal punto que su promedio variable de cada año ahora es de 10 a 20. Y con ello crece la posibilidad de observar cómo se abordan temas como la homosexualidad, bisexualidad o la identidad de género en diferentes regiones de un país que aún arrastra la violencia contra ciudadanos que pertenecen a esta comunidad.
“Hay una producción fuera de Lima, lo cual es bueno porque también abordan o intersectan otro tipo de realidad. No solo se trata de que seas LGTB, sino el hecho de que seas de provincia y hay más conservadurismo allá. Hay otras variables que hacen más compleja la historia y más rica para ser contada”, anota sobre las producciones que vienen fuera de Lima. Sobre la capital, describe una formación que “trata de darle un matiz más profesional”.
En las regiones, la falta de una educación superior cinematográfica ha perfilado una estética que Salazar especifica como una que “privilegia más justamente la identidad de esas ciudades y lugares”. Además, es todo lo contrario al pinwashing, un término que describe a la persona LGTBQ+ más “empaquetada e higienizada para ser consumido por las grandes masas”. “Los personajes más reales y de a pie los vas a ver en el cine independiente, y ese es justo el tipo de cine que nosotros recibimos, traemos y proyectamos en el festival”, sostiene.

Por ejemplo, el director del OutfestPerú menciona a las Fiestas de la Tunantada, en Huancayo, donde residen personas transgénero que tienen una cuadrilla dentro de esta actividad cultural: “En esas historias que uno descubre, y son contadas en documentales, te das cuenta cómo pese a todo el conservadurismo fuera y dentro de Lima ha habido grupos que han logrado integrarse bajo ciertas reglas a las festividades cotidianas, sea por religión u otras variables”.
El Festival de Cine de Lima, el Festival OutfestPerú y otros eventos de proyección de cine peruano e internacional que han logrado adaptarse la virtualidad en la pandemia miran hacia el 2022 con la expectativa de regresar al formato presencial en la ciudad de Lima y reactivar las muestras itinerantes con extensión en diferentes regiones. Estas últimas permiten una conexión con el público sin necesidad del acceso a internet, el mismo que ha favorecido –o impedido por la falta de conexión– que la difusión cultural en modo digital llegue a todo el Perú.
Fuente: RPP Noticias